
Por Santi Martí
El placer de robar
Tengo cuarenta y dos años y he robado cincuenta libros en la misma librería los últimos cinco meses ¿Por qué? ¿Me faltaba dinero? ¿Deseaba esos libros? Pues algunos sí y otros fue robar por robar. Porque iba, no había nada interesante y robaba lo primero que se cruzaba en mi mirada. Por el puro placer que me producía, algo inexplicable, el placer de manosear luego lo sisado, un sentido de posesión desviado y enfermizo que me llevaba luego a hacer una lista con títulos y precios. Totalmente ido de la olla. Todo esto empezó con ocho o nueve años cuando cuatro compañeros de clase nos organizábamos militarmente para asaltar una librería de viejo y llenar nuestros macutos con cómics Vértice. Robamos cientos y nunca nos pillaron. Luego descubrí El Corte Inglés pre-barras antirrobos y eso fue una orgía. Iba cada día y llegué a considerar que hacía un servicio social. Pero por placer.
El cine quinqui
Me gustan esas películas de José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia sobre El Torete, El Jaro, El Vaquilla y demás. Es un género de pura explotación que solo pudo darse en la España de la heroína, los barrios marginales y la transición política y española. Fue un género fugaz, no duró ni diez años y le puso la guinda de manera magistral “Deprisa, deprisa”, la gran peli de Carlos Saura. Hubo otras posteriores pero ya eran repeticiones sin sentido. Lo que siempre me ha fascinado del cine quinqui era la absoluta libertad de los parámetros en el que se movía. El comportamiento de los personajes, quinquis y maderos, el reflejo de las clases, baja, media y, a veces, alta. La extrema violencia de la sociedad en que vivían, la total falta de juicios moralistas, la visión del sexo ofrecida… Vamos que son pelis que hoy día no podrían hacerse. Y es un género a reivindicar. Si quieren saber como fue esa época, véanlas.
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