
Por David Pizarro
Hacer un comentario rápido y de pasada sobre una de las películas capitales del cine de terror italiano siempre es difícil. Y más teniendo en cuenta que su director, el llorado Lucio Fulci, sigue siendo a día de hoy uno de los más representativos de su generación, cuya herencia cinematográfica sigue palpitante entre los aficionados más incondicionales.
Posiblemente, la coherencia argumental de sus obras no esté a la altura de las de otros realizadores coetáneos a él (véase por ejemplo a Dario Argento o los inicios de Umberto Lenzi) y no digamos ya de las de sus progenitores más directos, o sea la escuela de terror gótico italiana (Mario Bava, Riccardo Freda, Antonio Margheriti...), pero su estilo directo y sin prejuicios ni complejos, su atmósfera malsana y opresiva y su lenguaje explícito y enfermizo, crean un vínculo hipnótico en el espectador, el cual seduce y cautiva a partes iguales. "Aquella casa al lado del cementerio" no deja de ser el paradigma perfecto ante esta afirmación. Una película caótica en su estructura cinematográfica, sin consistencia narrativa, pero meramente inquietante. Más diría yo, arrebatadora. Donde el texto solapa al contexto y lo sensorial a lo argumental. Porque no olvidemos que el cine, ante todo, es arte visual y por la retina es por donde tiene que conquistarnos. En ese aspecto, Fulci era un genio y "Aquella casa al lado del cementerio" la obra imperecedera que todo genio ansía crear.
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