
En pleno boom quinqui a finales de los setenta y principios de los ochenta, donde sobre todo José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia habían conseguido reinventar un subgénero, con la saga de “Perros Callejeros” el primero, y “El Pico” o “Navajeros” el segundo, un siempre experimental Carlos Saura, debido a su reciente ruptura con Geraldine Chaplin, y en unos años donde se había labrado un cine muy de autor, culto y digamos, pedante, quiso cambiar de aires y de paso realizar lo que sería “Deprisa, deprisa”(1981) su particular visión al tema de la delincuencia juvenil- y no tanto quinqui- es más una crónica cruda y humana de la vida misma, sobre el amor, la amistad y la traición de un realismo cercano al documental y una elegancia en las formas poco habitual. Un drama puro antes que un filme de acción y persecuciones, donde al contrario que la mayoría de títulos que solían abundar este colección, sobre todo los últimos De La Loma, aquí nada resultaba ridículo o forzado, y los actores naturales y desconocidos estaban todos más que bien, destacando a Berta Socuéllamos, el gran descubrimiento en esta cinta, una actriz que llenaba de belleza y vida todo plano donde aparecía, y que poco después de su debut desapareció por completo del mundo del cine; sin olvidar unos personajes genialmente descritos, como “El Meca”, compañero de atracos de los protagonistas, que solo bebe leche fría en los bares y que resulta un pirómano que alcanza la excitación visual viendo arder los coches robados, o ese fatalista final donde se nos deja claro que no es el malo el que apunta con una pistola y te roba, que puede ser mucho más cabrón ese médico con maleta y traje. La cuidada realización del cineasta aragonés y una preciosa fotografía de Teo Escamilla, sin olvidar una maravillosa banda sonora en la que destacaban “Los Chunguitos”, acaban de encumbrar esta obra a una de las más interesantes del género quinqui.
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